jueves, 28 de agosto de 2025


CON EL agua de la calle se hace el mejor champagne. Escribo peor a medida que cumplo años porque la falta de vida y de lucha se paga en virutas de calidad. Hay que salir de casa y entrar en ese mundo social monstruoso, que sabes que te destruye, para que tu mente se agrupe y tus letras se empiecen a apretar.
 

MI MEJOR ensayo será sin duda el que escribiré un día sobre la mediocridad, porque es difícil encontrar a un autor que sea tan consciente como yo de la desproporción que existe entre mis ambiciones literarias y su materialización más mostrenca. Descubrir que eres mediocre, sin embargo, es bueno por dos motivos: el primero, porque acredita que ya tienes un nivel de autocrítica que muchos autores no alcanzarán en toda su vida, lo que va a impedir que publiques libros pésimos; el segundo, porque darse cuenta de que estás en un hoyo es la primera premisa para salir de él. La mediocridad suele ser crónica y solo muy de vez en cuando se puede salir de ella, pero en eso consiste la sal de ser escritor: hay que leer libros hasta cegarse los ojos, hay que llenar folios hasta que te sangren los dedos, hay que dar vueltas a la rueda hasta crear algo que esté muy por encima de tu promedio, hay que tocar la flauta todos los días hasta llamar la atención de los ratones menos avisados. No sé qué periodista deportivo dijo que Sonny Liston, si hubiera luchado cien veces contra Muhammad Ali, “habría perdido 99 veces”: el escritor tiene que resignarse a perder noventa y nueve veces su combate contra el folio y dar a la imprenta el único que esquivó los radares de su mediocridad.

miércoles, 27 de agosto de 2025


LO MAL que escribo. Es la consecuencia de haberme pasado casi un año haciendo centellas: mi mente ha sido secuestrada por el molde más pequeño. Trato de escribir en largo, pero mi cerebro no se deja. Es la última vez que invierto tanto tiempo en escribir aforismos (me he pasado diez meses metiendo 16 horas al día, desde las 17:00 en que me levantaba hasta las 9:00 del día siguiente en que volvía a la cama), porque mi cerebro se cierra, se enamora de la facilidad de este género, y además son mejores los aforismos que te surgen, que te vienen de forma natural como postre o corona de tus pensares, que aquellos que fuiste a buscar adrede, como tigres de zoo o rosas de invernadero.

martes, 26 de agosto de 2025


CADA VEZ más convencida de que no tengo que meter el arel en mi cerebro, sino dejar que se exprese en todas sus confusiones con una prosa cubista siempre al borde de la ruptura gramatical. Al final la lectura y sobrelectura de Borges me está matando, porque Borges es un genio cartesiano y yo en cambio una mamarracha del caos.


UNO DE los espejismos del autor de diarios confesionales es la exageración inconsciente en la que incurre. A menudo escribimos sobre los momentos más álgidos o sufrientes de nuestro día a día, de los pasajes de nuestra existencia en los que nos pasa algo, por lo que el lector puede concluir "Fulano siempre está triste, Mengano siempre vive ansioso, a Perengano siempre le pasan cosas", cuando la realidad mostrenca es que igual nuestras vidas (la mía) son un encefalograma plano. Quien piensa que un autor confesional disfruta de una vida muy entretenida se olvida de que el 90% de la existencia ocurre en nuestros cerebros, que pueden ser hiperactivos hasta lo tumultuoso incluso dentro de la más tediosa de ellas: los que viven dramáticamente una existencia que a veces no es dramática cuentan con los mejores mimbres para ese desagüe al que llamamos diario.

lunes, 25 de agosto de 2025


MI MANERA cada vez más habitual de escribir aforismos es tener a mano un simple diccionario, lo mismo general que de sinónimos, o a menudo me basta con la misma memoria, de la que escojo dos palabras lejanas entre sí, como hacían Umbral o los vanguardistas, por ejemplo beso y caballo, y trato de unirlas de alguna manera, cuando me besas pones a galopar mis huesos, cada uno de tus besos mata mi jinete, con mi boca en la tuya esta cama se vuelve un hipódromo, etc. Es un sistema que produce centellas a montones, con el inconveniente de siempre en un género tan fácil pero a la vez tan esforzado como el aforismo, en el que se necesita lanzar la flecha miles de veces para que alguna vez suene la flauta.


LA SACROSANTA veracidad, el cacareado temblor humano con que se escribe la obra, la necesidad sin la cual es en vano tomar el bolígrafo... estas son algunas de las grandes bobadas que repite cada poco tiempo cierta Intelligentsia de la literatura, tan enamorada de los hayques, que siguen perdurando como perduran los errores con algún relámpago de puntería.

Si fuera cierto que la verdad de la obra y la necesidad de escribirla es lo más importante, la luminaria del siglo XX sería Aleksandr Solzhenitsyn. Nadie escribió con tanta verdad y urgencia por contar la injusticia como este autor soviético, nadie untó su pluma en la tinta de tanta carne y hueso, ni llenó tantas páginas de testimonios de la vida real más cruda. El problema, ay, es que los mamotretos de Solzhenitsyn son infumables, porque se trata de un literato pésimo, con una nota muy alta como persona pero bastante peor como artista, la viva demostración de que con esos mimbres, si no vienen acompañados de otros, tampoco te garantizas la Eneida.

Con ingredientes similares o un poco más cocinados, sin embargo, Dostoyevski y Céline construyen su gloria, como lo hacen en menor o mayor medida Hemingway, Kerouac, Bukowski, el 90% de los poetas laureados o todas las cimas de la literatura confesional. En Neruda se ve muy bien cómo consigue poemas extraordinarios cuando escribe sobre conflictos políticos que le afectan, en los que incluso se le han muerto amigos, y con qué cantidad de poemas mediocres nos abruma cada vez que escribe de política con telescopio, sobre conflictos en los que ni sufre ni arde.

Yo no niego la parte de acierto de los que abogan por “ser sinceros”; lo que digo es que es solo una parte, y no la imprescindible. Podría poner el caso contrario: el de un libro, La casa de los espíritus, de Isabel Allende, que es una obra maestra mientras parece fábula, mientras parece que está novelada, y se malogra al final cuando la autora siente que debe darnos un discurso político contando su verdad y necesidad de contarla. Cuántos autores, hablo de Galdós, de Zola, de Hugo, de Gogol, de Gorki, de Beauvoir, de Bernanos, de Chesterton, de Steinbeck, de Brecht, introducen sus opiniones o sus partes de verdad en sus fábulas, y resulta que encuentras más verdad en sus mentiras que en su pretendida verdad, que no viene a cuento y que es la parte desechable de su obra. En literatura es lícito incluso el consejo contrario, el que nos dieron Flaubert, Bécquer o Mallarmé: el de que no confiáramos en el fácil arrebato de la inspiración, el de que no escribiéramos en el arrebato del momento, el de que dejáramos pasar un tiempo nuestras simas emocionales para verlas con mayor perspectiva.

La cantidad de literatura que se ha creado desde presupuestos distintos y hasta opuestos es infinita. ¿Creéis que Cervantes escribió el Quijote por una necesidad de revelar una verdad al mundo, o que así se escribieron Tristram Shandy, las Mil y una noches, el Barón de Munchausen o Cien años de soledad? Más bien pienso que a Cervantes se le ocurrió una gamberrada y a partir de ahí, llevado por su talento superior y por el mero placer de jugar, fue pariendo esa obra maestra que se nota escrita sin urgencia ni responsabilidad.

No sé cuál es la razón por la que unos escritores se crecen en la verdad sentida de la biografía y otros son mejores en la que surge de la imaginación; entiendo que habrá motivos ambientales y genéticos, además de los puramente elegidos; lo que constato es que los caminos que llevan a la gran literatura son múltiples.

La guerrilla literaria no se distingue demasiado de la del fútbol. Algunos entrenadores abogan por el fútbol ofensivo a todo trance (Cruyff, Menotti, Guardiola); otros abogan por garantizar la defensa pase lo que pase (Trapattoni, Bilardo, Mourinho), pero el entrenador que yo defiendo, el que creo que atina más veces, es el que no se entrega a fórmulas cerradas y juega dependiendo de la calidad de sus futbolistas, del rival que le toque en suerte y de la posición que ocupe en la tabla clasificatoria (Ferguson, Ancelotti, Luis Aragonés).


LO QUE nunca entenderé de los diarios de los escritores, y casi el único fallo que le encuentro al de Gide, es que te digan los libros que han terminado de leerse ese día. Lo que procede es que me hagan una reflexión de la obra, o al menos me copien alguna frase o fragmento, pero consignar simplemente el título no lo entiendo salvo que seas un adolescente y aún estés en la época (yo ya la sufrí) en que necesitas presumir de todo lo que lees.


EL PRINCIPAL escollo que afronta el egoautor, me refiero al egoautor con una vida social siquiera un milímetro más populosa que la mía, es que escribimos con toda libertad de la gente con la que hacemos nuestras vidas y luego esa gente no se siente reflejada y a menudo se enoja con nosotros. El problema aumenta cuando el egoautor no solo no trata de reflejar a sus semejantes, sino que trata de vengarse de ellos: en este caso la literatura confesional entra de lleno dentro de los delitos penales. Esa es la razón, por ejemplo, de que aún no se puedan publicar al completo los diarios de Anaïs Nin, porque en ellos habla mal de mucha gente que aún vive y podría denunciar, o de que Elias Canetti, para protegerse, dejara escrito que los suyos no podían publicarse hasta treinta años después de su muerte.

Los que no denuncian a veces deciden coger la pluma y dar su versión. Esto es lo que hizo Julia Urquidi, ex mujer de Vargas Llosa, que contraatacó con “Lo que Varguitas no dijo” cuando el peruano publicó “La tía Julia y el escribidor”. O lo que hizo Sofia Tolstaia, mujer de Tolstói, que escribió “¿De quién es la culpa?” para contestar a la “Sonata a Kreutzer” de su marido, si bien Tolstaia no era ninguna aficionada y ya escribía antes de casarse con él. Peor fue lo que le pasó a Frank McCourt, que pintó tan negativamente su infancia en la irlandesa ciudad de Limerick en Las cenizas de Ángela, que recibió amenazas de algunos de sus habitantes para que no regresara nunca por allí.

En otros casos las dos partes acaban entendiéndose. Es lo que ha sucedido con otra famosa autora confesional, Erica Jong, que hizo a su hija Molly parte de su obra. Su hija no siempre estaba contenta de aparecer en los libros de una madre tan famosa “porque todos mis cercanos aprendieron a valorarme no por lo que soy, sino por lo que dice mi madre que soy”. Ahora Molly ha sacado el libro “How to Lose Your Mother: A Daughter´s Memoir”, donde muchas veces pone a parir a su madre, pero Erica Jong se lo ha tomado con muy buen humor:

—Tiene derecho a hablar mal de mí todo lo que quiera, la voy a querer de todas formas.

viernes, 22 de agosto de 2025


El lirismo - Se trata de cazar a ese animal que no se deja cazar. Se trata de merodear hasta que se entregue y desaparezca entre las cortinas de la noche. Si no lo cazas, tu palabrismo no tiene sentido; solo gracias a él se llena del imán de la ambigüedad. Puedes estar seis o quince meses sin cazar nada, escribiendo cuadrados, pero todos tus folios muertos se justifican si de pronto...


EL MOMENTO crítico del escritor confesional llega cuando se da cuenta de que su pretendida sinceridad es una construcción. Solo si consigues salir a salvo de esa crisis, bien porque te gusta esa retórica, bien porque la inercia es demasiado fuerte, bien porque llegas a un pacto ético con tus manieras, puedes llamarte con propiedad egoescritor.


PENSANDO EN el Alavés, club de fútbol cuyo apodo es "El Glorioso", me han venido a la cabeza los peligros de la exageración. El Alavés jamás ha ganado un título desde que se fundó, pero al lograr el ascenso a Primera División, en la temporada 1929-1930, a sus seguidores se les calentó tanto la cabeza que le pusieron ese apodo y ahí llevan, noventa y cinco años arrastrándolo sin ganar nunca nada, acumulando gloriosas derrotas y descensos igual de gloriosos.

Lo bueno de la exageración es que dota de intensidad al tedio cotidiano y lo malo es que puede volverse un boomerang. Exageramos para concitar la atención y colocarnos en el centro, pero la gente deja de escucharnos y pierde la confianza en nosotros en cuanto nos descubre en delito de hipérbole. Otro problema es que el exceso agota: de todos los grandes exagerados (Miguel Ángel, Quevedo, Rubens, Beethoven, Hugo, Nietzsche, Pizarnik, Freddie Mercury) tengo que descansar de vez en cuando, porque me abruman sus dramas y músculos y decibelios.


REGLA DEL aforista: el aforismo es tanto mejor cuanto más breve, pero debes tomar precauciones si escribes uno de muy pocas palabras, porque quizá lo haya escrito otra persona antes, tal es de grande la posibilidad de coincidir en frases muy cortas. Hace nueve días escribí la centella LA SALUD ESTÁ EN LOS LABIOS, de solo seis palabras, y al punto me di cuenta de que siendo tan corta, y siendo el tema tan manido, seguramente ya me la habrían pisado antes otros autores, por lo que de inmediato lo escribí entrecomillado en Google con el corazón al galope, pensando que igual sí, igual no..., y qué felicidad fue comprobar que yo era la única persona que había escrito esa frase en la red, con esas palabras exactas (si bien este sistema no es seguro al 100%, porque no todas las frases que se han escrito en el mundo figuran en la red, pero es un gran paso). Con ello no quiero decir que la brevedad lo sea todo o ni siquiera que la frase sea buena, ojo, porque en el calor reciente del momento hasta mis aforismos más deplorables me parecen buenos, pero aquí entra otra regla del aforista: hay que dejar que pasen dos o tres años para que ellos mismos te digan al oído si son realmente buenos o no.


NO SE puede vivir en artista si no se aprende a soportar la confusión sin tratar de resolverla. No deberías apagar la luz antes de acostarte sin repetir tres veces: Soy capaz de soportar cantidades de incertidumbre mayores que las de cualquiera. Soy capaz de soportar cantidades de incertidumbre mayores que las de cualquiera. Soy capaz de soportar cantidades de incertidumbre mayores que las de cualquiera.


LA PARA mí clara superioridad en promedio de las mujeres y los gays en el género confesional radica en que poseen un yo difuso, cambiante, que nunca termina de afirmarse, por lo que en esta página se muestran de una vanidad gigantesca, en la siguiente equilibrados, en la siguiente con una falta de autoestima galopante..., con lo que regalan al lector un tobogán de emociones y momentos psicólogicos mucho más amplio que los hombres, que tienen en promedio un yo compacto, nítido, menos humano, con una gama de emociones mucho menor, pues los hombres no son capaces de acusarse ni de odiarse ni de flagelarse o solo lo son hasta un punto. Las mujeres y los gays son mejores porque se desnudan con mayor frecuencia, no encuentran nada lo bastante vergonzoso como para silenciarlo y son capaces de ir en todo hasta el fondo.


EL DIARIO quizá sea uno de los mayores mejoradores humanos que existen. Goethe: "Yo no respeto a la persona que no lleva un diario".

No solo porque da valor a tu acontecer cotidiano y te sirve como agradecimiento de esta aventura de vivir, sino porque el diario te para los pies cuando quieres mentirte a ti misma. Las personas cambian mucho y a menudo se vuelven justo lo contrario de lo que fueron, sobre todo a la hora de valorar a la familia o los amigos, o de mantener sus opiniones políticas. Pasados unos años, ya ni recuerdan la opinión positiva que le merecía antaño Mengano, o que entonces eran giliprogres y ahora se han hecho fachas (el cambio contrario es más raro). Sin embargo, si llevas un diario y lees sus capítulos atrasados al menos una vez cada año, te das cuenta de tu hipocresía enseguida. ¿Cómo? ¿Aquel gilipollas me caía bien? ¿Es verdad que yo participé en el 15M? ¡Cómo me pudo gustar aquel libro hace veinte años!

Y a la luz de tus cambios asombrosos, que solo son asombrosos si los tienes apuntados en algún sitio, pues la conciencia es tal magnífica engañadora que te hace creer que tus valoraciones del presente son así desde el Imperio Romano, aprendes a considerarte con otros ojos, descubres tus errores oceánicos, te lamentas de tus vanidades inacabables y empiezas a tomarte la vida de otra forma, menos fanática, más despaciosa, con más sentido del humor.


EL BÚFALO tiene que venir con la palabra y no después de ella: el poeta que como Gamoneda o Saint-John Perse o Dylan Thomas parte de la palabra sin el búfalo o solo llega al búfalo como consecuencia de la palabra, aunque es un poeta al que puedo admirar hasta un punto, al final se me escurre entre los dedos porque la poesía me entra por la piel o el estómago y no por los oídos.


SOBRE TODO no sucumbir a los amateurs ni a los contemporáneos. Creo que fue en 2008 cuando dije por primera vez que un escritor de ambición nunca debe consumir menos de nueve gramos de Neruda por cada gramo que consumes de tu amiguete X o de tu amiguete J. Esta declaración no me atrajo lectores, simpatías ni amigos, sobre todo teniendo en cuenta que el mundo de la lumpenescritura se basa en el yo-te-leo-si-tú-me-lees, pero a ella he permanecido fiel desde que empecé a empuñar el bolígrafo. No existe otra alternativa, porque si lees mucho más a tus conocidos amateurs que a Dostoyevski, por fuerza tus escritos acabarán pareciéndose más a los de tus conocidos que a los de Dostoyevski.

domingo, 17 de agosto de 2025


EL MOLDE te premia y te mata. El escritor tiene que acertar en su distancia, porque de tanto insistir en la misma acabas confundida en ella. Quien apuesta por el género más corto e ingenioso, el aforismo, comienza a ser inservible para otros géneros más largos, que necesitan trenzas de personajes, bosques de ideas enlazadas y ritmos más largos. Quien lo apuesta todo al aforismo puede hacer como mucho géneros cercanos como el fragmento, el poema, el haiku, el artículo, el microcuento o el diario.

viernes, 15 de agosto de 2025


EL EGOAUTOR permanece vivo mientras no se acepta. Mi capacidad de egoescribir depende de seguir creando nuevas dialécticas contra mí misma. Mientras conserve el deseo de perfeccionarme y me siga decepcionando ante mis sucesivos fracasos, mi temperatura confesional está a salvo. Cuando en cambio mi primate se muera y mi cerebro comience a oler a serenidad y autocontrol, tendré que celebrarme un funeral y dedicarme a otros géneros de la literatura.