jueves, 28 de agosto de 2025


MI MEJOR ensayo será sin duda el que escribiré un día sobre la mediocridad, porque es difícil encontrar a un autor que sea tan consciente como yo de la desproporción que existe entre mis ambiciones literarias y su materialización más mostrenca. Descubrir que eres mediocre, sin embargo, es bueno por dos motivos: el primero, porque acredita que ya tienes un nivel de autocrítica que muchos autores no alcanzarán en toda su vida, lo que va a impedir que publiques libros pésimos; el segundo, porque darse cuenta de que estás en un hoyo es la primera premisa para salir de él. La mediocridad suele ser crónica y solo muy de vez en cuando se puede salir de ella, pero en eso consiste la sal de ser escritor: hay que leer libros hasta cegarse los ojos, hay que llenar folios hasta que te sangren los dedos, hay que dar vueltas a la rueda hasta crear algo que esté muy por encima de tu promedio, hay que tocar la flauta todos los días hasta llamar la atención de los ratones menos avisados. No sé qué periodista deportivo dijo que Sonny Liston, si hubiera luchado cien veces contra Muhammad Ali, “habría perdido 99 veces”: el escritor tiene que resignarse a perder noventa y nueve veces su combate contra el folio y dar a la imprenta el único que esquivó los radares de su mediocridad.