EL EGOESCRITOR no puede seguir siendo ese idiota que se hace el ingenuo y le coloca al lector un “a mĂ me pasa esto, yo pienso esto”, sino alguien mucho mĂĄs inteligente, mĂĄs lĂșcido, mĂĄs hijodeputa con respecto a sĂ mismo, de forma que el lector debe saber, cuando me pasa algo, por quĂ© me puse en la tesitura de que me pasara eso o, cuando opino sobre algo, por quĂ© formulo esa opiniĂłn, por quĂ© me conviene pensar asĂ.
Me viene sucediendo en los Ășltimos cinco años, cuando se me ocurre alguna idea aparentemente neutral, de esas que no tienen que ver conmigo o mi biografĂa, que antes de lanzar las campanas al vuelo le doy un plazo: merodeo sobre ella, la persigo, la analizo. Al cabo de un tiempo, que a veces pueden ser meses, suelo acabar descubriendo por quĂ© me gusta y por quĂ© habĂa nacido para ser mĂa: las mĂĄs de las veces, me doy cuenta de que no ahijĂ© esa idea por razones de justicia, apertura o conocimiento, sino por la repetidĂsima razĂłn de que hacĂa juego con mis pasiones y rencores. La idea no era extraña a los otros modelitos de mi armario, sino que olĂa a los que ya estaban en Ă©l.