viernes, 18 de octubre de 2024


EL EGOESCRITOR no puede seguir siendo ese idiota que se hace el ingenuo y le coloca al lector un “a mĂ­ me pasa esto, yo pienso esto”, sino alguien mucho mĂĄs inteligente, mĂĄs lĂșcido, mĂĄs hijodeputa con respecto a sĂ­ mismo, de forma que el lector debe saber, cuando me pasa algo, por quĂ© me puse en la tesitura de que me pasara eso o, cuando opino sobre algo, por quĂ© formulo esa opiniĂłn, por quĂ© me conviene pensar asĂ­. 

Me viene sucediendo en los Ășltimos cinco años, cuando se me ocurre alguna idea aparentemente neutral, de esas que no tienen que ver conmigo o mi biografĂ­a, que antes de lanzar las campanas al vuelo le doy un plazo: merodeo sobre ella, la persigo, la analizo. Al cabo de un tiempo, que a veces pueden ser meses, suelo acabar descubriendo por quĂ© me gusta y por quĂ© habĂ­a nacido para ser mĂ­a: las mĂĄs de las veces, me doy cuenta de que no ahijĂ© esa idea por razones de justicia, apertura o conocimiento, sino por la repetidĂ­sima razĂłn de que hacĂ­a juego con mis pasiones y rencores. La idea no era extraña a los otros modelitos de mi armario, sino que olĂ­a a los que ya estaban en Ă©l.