QUITÉ TANTAS capas a la cebolla confesional que al final me quedé sin cebolla. Luego pasé a otra, pero ya no era una cebolla mía sino una distinta creada a medias por la inercia y la literatura, con capas de repuesto que nunca terminaban y me llevaron al hartazgo, pues nunca sale barato andar metiendo los dedos entre los peligrosos cables de uno mismo. El yo es menos profundo de lo que se dice; la introspección es la rueda del hámster: el egoescritor vive siempre con miedo a que la cebolla se termine.